Todos tenemos fantasías, tal vez de éxito, tal vez de amor, e incluso de odio. Sin embargo, casi siempre se quedan en eso, en fantasías, aunque ese no es mi caso.
Hay una línea que nunca se debe cruzar. ¿Ya saben a cuál me refiero, ¿no? A la que divide lo que piensas con lo que haces, la que al cruzarla tus fantasías se vuelven realidad, pero no hay vuelta atrás. Ese momento lo alcance el año pasado, justamente en la carretera en la que me encuentro esta tarde.
Estaba manejando perdido en mis más profundos pensamientos, sobre como tener bajo control estos impulsos que no me dejaban dormir en las noches y que me hacían sudar fríamente mientras me encontraba rodeado de gente. El cielo caía a mares, y mientras el parabrisas se empapaba en el ya frio atardecer, a nada de caer la noche, alcance a verla. Era el ser más hermoso que haya visto hasta ese momento. Tenía la tez más suave que podía imaginar, unos ojos enormes que mostraban hasta el más mínimo de sus emociones, curvilínea de una forma disimulada pero bien definida. Se encontraba en la parada del autobús que supongo la llevaría a su casa, traía una mochila que parecía muy pesada para ser la carga de un día cualquiera y se veía muy preocupada con que esta no fuera a mojarse.
Me acerque de forma lenta en mi auto y le pregunté con la voz más disimulada que pude hacer si quería un aventón, mientras ella empezaba a decirme que estaba en espera de un taxi en el que pudiera irse sin preocupaciones, la interrumpí para explicarle que probablemente no encontraría uno pronto debido a la lluvia y al lugar tan poco transitado en el que se encontraba. Ofrecí a llevarla de forma segura al menos a un lugar donde pudiera conseguir otro medio de transporte, aunque titubeante ella aceptó.
En el trayecto comenzamos una plática que derivó en por qué ella estaba ahí en ese momento. Quiso alejarse del centro de la ciudad para poder estar en contacto con la naturaleza y estudiar un poco para sus exámenes; traía varios libros pertenecientes a la biblioteca escolar muy caros que no debía dañar y de ahí sus ansias de mantener la mochila seca. Le comenté que no era seguro haber estado a estas horas en ese lugar con los pronósticos de lluvia que habían dado en el transcurso de la semana. Mostró una sonrisa amplia y algo tímida mientras comentaba que su hermana le dijo lo mismo antes de irse.
La idealización de un pensamiento puede ser peligroso para uno mismo, pero en ese momento el peligro lo viviría ella. Casi como si mi cuerpo fuera manejado por una persona completamente diferente a mí, mientras frenaba bruscamente mis manos fueron directamente hacia su garganta y, con una fuerza que nunca he tenido, la empecé a golpear repetidas veces contra el tablero del auto, mi cara mostraba una mueca de saña y gusto por ver como su cabello volaba alrededor de su rostro que poco a poco se iba inflamando y llenado de sangre, puedo jurar que sentí como varios de sus dientes salían de su lugar y caían uno a uno en el tapete del auto.
Cuando reaccioné, ella estaba inconsciente y media muerta, apenas respiraba, le había apretado con tanta fuerza que le fracturé la tráquea. La sangre que corría de su boca y nariz partida en dos no ayudaba a su respiración. Me mire las manos llenas de sangre y, como dándome cuenta de lo que había hecho, volteé a mi alrededor para asegurarme que nadie había visto el baño de sangre, acelere y me dirigí a casa, en donde terminaría con su vida y saciaría el resto de mi fantasía.
Ese fue el inicio de un camino recorrido por más de 10 mujeres marcando de forma definida mi nuevo yo, cada una con un destino peor que la anterior. Perfeccione mis métodos de cacería, buscando autopistas y carreteras solitarias, horarios de salida de oficinas y escuelas, escogiendo a las más vulnerables e inocentes. Cada cierto tiempo leía y/o escuchaba referencias a mi trabajo en las noticias, y con el tiempo se convirtió en referencia diaria sobre la situación de la ciudad en donde radicaba. Me sentía halagado, empoderado, superior, era el mejor cazador.
Es la primera vez que vuelvo a esta carretera en particular, y es precisamente en esa parada de autobús que la vuelvo a ver, es exactamente igual que hace un año. Algo no está bien, mi instinto se vuelve loco y me ruega no acercarme, pero el morbo y la lujuria son más fuertes. Freno frente a ella y le pregunto si necesita un aventón, ella me dice que estaba esperando un taxi, que había ido a correr y que ya no pudo regresar a su casa caminando, la interrumpí diciéndole que en esa calle poco transitada no encontraría uno pronto y que si gustaba podía acercarla al centro de la ciudad para que pudiera tomar el transporte público. Agradecida dijo que si y subió sin titubear.
Todos mis sentidos gritaban alarma cuando acepto sin tapujos, pero no podía resistirme, era más mi deseo que cualquier cosa en ese momento. A pesar de mi tartamudeo y mi sudoración excesiva entablé una plática amena y divertida, es tan parecida pero la situación tan diferente. Es la sombra de un deja vú.
A mitad del camino y sin motivo aparente ella guarda silencio, su semblante cambia y sin pensarlo dos veces me pregunta “Oye, ¿En dónde estabas hace un año?”
Mi cara hace una mueca de horror y la de ella se tuerce al notarlo, me golpea con algo contundente en la cabeza y quedo inconsciente.
Despierto y no veo nada, una tenue luz apenas y logra alumbrar el amplio y sucio lugar en donde me encuentro. Al tratar de moverme me doy cuenta de que estoy atado de pies y manos y es ahí cuando ella aparece.
Ahora vuelve a sonreír, pero no de forma agraciada y amena que vi en el auto unos momentos antes, ahora es una risa de oreja a oreja, llena de éxtasis y placer, entre más se acerca más grande se vuelve. Se alegra de que al fin este despierto y me explica el porqué de todo esto. “Había estado recorriendo el mismo camino durante un año desde el día en el que mi hermana desapareció, nunca perdí las esperanzas de que descubriera que había sido de ella. Entonces te vi frenar a lado mío y supe que no podía ser una coincidencia.” Camina despacio alrededor de mi mientras me examina y saliva con tanta intensidad que tiene que limpiarse con la mano constantemente.
A un lado de mi se encuentra una mesa larga. En ella hay diferentes tipos de objetos: Un martillo, destornilladores, pinzas de diferentes tipos, navajas de diferentes tamaños, etc; todos y cada uno de ellos bien organizados por tamaños y formas.
Estoy solo con ella, me doy cuenta de la situación y es ahí cuando, ya con el martillo en sus manos, balanceándolo fríamente cerca de mi rostro me dice las últimas palabras que escucharé en esta vida “Ella… solo tenía… ¡15 años!”